Siria reabre su embajada en Washington tras caída de Bashar Al Asad

El 10 de noviembre de 2025 quedará marcado como el día en que la realpolitik de la Casa Blanca alcanzó un nuevo, y para muchos inquietante, hito. Tras catorce años de una guerra civil devastadora, y con un cambio de régimen que reescribió el mapa geopolítico de Oriente Medio, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, recibió en la capital estadounidense a su homólogo sirio, Ahmed Al Sharaa. Este encuentro no es solo una fotografía histórica; es la máxima expresión de una diplomacia transaccional que entierra las convenciones de Washington.
La visita se produce menos de un año después de que la coalición rebelde, liderada por islamistas bajo el mando de Al Sharaa, lograra la caída del dictador Bashar al Asad, poniendo fin a un conflicto que desangró a la nación árabe. El nuevo líder, un excombatiente que Washington alguna vez etiquetó como terrorista y por cuya captura el FBI ofreció una recompensa de 10 millones de dólares, fue presentado ahora por la administración Trump como «un líder muy fuerte» capaz de encauzar el futuro del país.
El simbolismo es irrefutable: Al Sharaa es el primer jefe de Estado de Siria en pisar la Casa Blanca desde la independencia del país en 1946. La magnitud del giro político se mide en el currículum del invitado: en 2005 fue detenido por fuerzas estadounidenses en Irak por sus presuntos vínculos con Al Qaeda. Hoy, el mismo establishment que lo persiguió, lo acoge como un socio estratégico indispensable.
El reversazo geopolítico de Washington
El presidente Trump, conocido por su estilo irreverente y su inclinación a lazos personales con líderes de pasado complejo, no escatimó en elogios. Lejos de la solemnidad diplomática tradicional, el mandatario estadounidense resumió su impresión con una simple frase: «Me cae bien». Con un pragmatismo que desmantela décadas de política exterior basada en la promoción democrática, Trump defendió el controvertido historial de su invitado.
“Es un líder muy fuerte”, afirmó Trump. “La gente decía que había tenido un pasado difícil, todos hemos tenido pasados difíciles… Y pienso sinceramente que sin un pasado difícil no tiene Siria ninguna oportunidad”, argumentó, reforzando la tesis de que, en el ajedrez global, la utilidad estratégica prima sobre la ética. Este enfoque se alinea con la doctrina «America First», que, según analistas como los citados en Global Affairs and Strategic Studies, favorece una política puramente transaccional, incluso a expensas de las normas internacionales.
Pese a la calidez de las palabras, la logística del encuentro reflejó una cautela implícita. Al Sharaa llegó discretamente a la Casa Blanca, ingresando por una entrada lateral sin el habitual protocolo reservado a otros jefes de Estado y de Gobierno. La prensa fue excluida de la Oficina Oval. Solo se emitieron breves imágenes y un comunicado de la presidencia siria en X, que se limitó a informar que los líderes habían discutido «las maneras de desarrollar y fortalecer» la relación bilateral y abordar «temas regionales e internacionales de interés común».
El desmantelamiento de la «Ley César» y sus implicancias
El gesto más concreto de la normalización, y el de mayor impacto inmediato para el pueblo sirio, es la suspensión de las sanciones económicas estadounidenses. En el marco de la visita, el Departamento de Estado de Estados Unidos anunció una nueva pausa en la aplicación de la draconiana Ley César, con la expectativa de que el Congreso proceda a su derogación definitiva. Esta ley, promulgada originalmente en 2019 contra el depuesto régimen de Bashar al Asad, excluyó a Siria del sistema bancario internacional y de las transacciones en dólares.
La derogación de estas sanciones es crucial para la viabilidad del nuevo gobierno de Al Sharaa. Como han señalado en múltiples ocasiones expertos de la ONU y organizaciones como la Asociación Internacional de Pueblos (AIP), las sanciones, aunque dirigidas al régimen de Al Asad, agravaron significativamente la crisis humanitaria y expusieron al pueblo sirio a mayores riesgos de sufrir violaciones de derechos humanos, especialmente en un contexto de pandemia y desastres naturales. El levantamiento, aunque políticamente motivado, abre la puerta a la reconstrucción.
Un alto funcionario estadounidense, bajo condición de anonimato, confirmó a la prensa el precio de esta reconciliación acelerada. Siria podrá reabrir su embajada en Washington. Más crucial aún, Al Sharaa se ha comprometido a que el país se una a la Coalición Global liderada por Estados Unidos para derrotar al Estado Islámico (ISIS). Esta movida de Damasco, que se concretaría con la firma de un acuerdo durante la visita, reposiciona a Siria de paria a socio antiterrorista en la región.
Reconfiguración de alianzas y la sombra de Moscú
El alcance de la cooperación militar es incluso más ambicioso. De acuerdo con una fuente diplomática en Siria, Washington planea establecer una base militar cerca de Damasco. La misión oficial de esta nueva instalación sería coordinar la ayuda humanitaria y «observar los desarrollos entre Siria e Israel». La inclusión de Israel, país con el que Siria está teóricamente en guerra, en el marco de la cooperación, subraya el profundo quiebre de Al Sharaa con la política de sus predecesores.
El proceso de legitimación internacional del nuevo líder se aceleró tras su ascenso. El pasado jueves, el Consejo de Seguridad de la ONU, a iniciativa de Estados Unidos, levantó las sanciones en su contra. Asimismo, Washington retiró formalmente a Al Sharaa de la lista negra de terroristas, consumando la asombrosa metamorfosis de un antiguo extremista a estadista reconocido.
Sin embargo, el realineamiento de Siria enfrenta un desafío mayúsculo: la sombra de Rusia. Histórico aliado de la familia Al Asad, Moscú fue clave para la supervivencia del antiguo régimen, incluso vetando resoluciones del Consejo de Seguridad. Aunque el derrocado Bashar al Asad encontró asilo en Rusia, la prensa internacional como La Tercera ha reportado que su caída expuso los límites de las ambiciones globales de Moscú, debilitada por la guerra en Ucrania.
De hecho, el propio Al Sharaa se había reunido con el presidente ruso Vladimir Putin en Moscú hace menos de un mes, prometiendo «redefinir» la relación bilateral, un delicado acto de equilibrio que busca mantener lazos con la potencia que posee enclaves navales estratégicos en Tartus, mientras se abraza al nuevo benefactor estadounidense.
La visita de Ahmed Al Sharaa a la Casa Blanca es, en esencia, una declaración de principios sobre la nueva geopolítica de Medio Oriente: una donde el pasado es negociable y el enemigo de hoy puede ser el aliado de mañana, siempre que los intereses estratégicos converjan en la lucha contra el terrorismo y la contención de otras potencias regionales.


