¿Quién vigila al poder cuando se intimida a los periodistas?

En este mundo saturado de información y, paradójicamente, cada vez más propenso a la desinformación, el periodismo libre e independiente actúa como el sistema inmunológico de la democracia. Sin embargo, este pilar fundamental se encuentra bajo un asedio sistemático y creciente. Un reciente y alarmante informe de Amnistía Internacional ha encendido las luces de emergencia, denunciando un significativo retroceso en la libertad de prensa en al menos una docena de países durante el último año. Este documento no es un hecho aislado, sino la confirmación de una tendencia global que amenaza con silenciar las voces críticas y dejar a la ciudadanía a merced del poder sin contrapesos.

El informe de Amnistía Internacional detalla un mosaico de tácticas represivas que van desde lo sutil hasta lo brutal. En varios países, los gobiernos han perfeccionado el uso de legislaciones ambiguas sobre «seguridad nacional», «noticias falsas» o «difamación» para encarcelar a periodistas que investigan la corrupción o exponen abusos de derechos humanos. Este «acoso judicial» se ha convertido en una herramienta preferida para desgastar económica y psicológicamente a los profesionales de la comunicación y a los medios independientes, forzándolos a la autocensura o, en el peor de los casos, al cierre definitivo.

Paralelamente, la violencia física y el hostigamiento digital continúan siendo una realidad cruda y cotidiana para quienes ejercen el periodismo. Desde amenazas directas y ataques físicos hasta campañas coordinadas de desprestigio en redes sociales, el objetivo es el mismo: intimidar, aislar y, en última instancia, silenciar. La organización subraya que esta escalada no solo pone en riesgo la vida de los reporteros, sino que también genera un efecto amedrentador que empobrece el debate público y limita el acceso de la sociedad a información plural y verificada.

Un ecosistema mediático bajo asedio

Esta sombría evaluación de Amnistía Internacional es corroborada por otras organizaciones que monitorean la salud de la democracia y la libertad de expresión a nivel mundial. Reporteros sin Fronteras (RSF), en su más reciente Clasificación Mundial de la Libertad de Prensa, advierte que el entorno político se ha convertido en el factor más determinante y peligroso para los periodistas. Según RSF, una cantidad alarmante de gobiernos y actores políticos está mostrando una hostilidad cada vez menor hacia el rol del periodismo como contrapoder, promoviendo activamente la desconfianza hacia los medios y participando en campañas de desinformación.

El análisis de RSF va más allá y señala un fenómeno preocupante: la erosión de la voluntad política para proteger a los periodistas. En lugar de crear marcos legales y condiciones seguras para el ejercicio de la prensa, muchos líderes utilizan su poder para estigmatizar a los reporteros, calificándolos de «enemigos del pueblo» o agentes desestabilizadores. Esta retórica, que emana desde las más altas esferas del poder, legitima la violencia y el acoso contra la prensa a ojos de una parte de la población, fracturando la confianza social en las instituciones mediáticas y abriendo la puerta a narrativas autoritarias.

La organización también destaca el impacto de la industria de la desinformación a gran escala, que inunda el ecosistema digital con contenido engañoso, dificultando que el periodismo de calidad pueda competir por la atención del público. En este contexto, los periodistas no solo luchan contra la censura estatal, sino también contra un tsunami de falsedades diseñado para confundir y polarizar. La batalla por la verdad se libra ahora en un terreno digital minado por la manipulación y los intereses ocultos.

El costo humano de la verdad

El costo de este retroceso global no es abstracto; se mide en vidas humanas y libertades perdidas. El Comité para la Protección de los Periodistas (CPJ, por sus siglas en inglés) proporciona las cifras más crudas y dolorosas de esta crisis. Su último informe documenta un número récord de periodistas encarcelados en todo el mundo, con regímenes autoritarios utilizando el sistema judicial como un arma para castigar el reporteo crítico. Países como China, Myanmar, Bielorrusia y Rusia encabezan la lista de las mayores cárceles de periodistas del planeta.

Además de los encarcelamientos, el CPJ registra un número trágicamente elevado de periodistas asesinados en el cumplimiento de su deber. Las zonas de conflicto, como la Franja de Gaza, se han convertido en los lugares más mortíferos para la prensa en la historia reciente, pero el peligro no se limita a las guerras. En países teóricamente en paz, como México o Filipinas, periodistas que investigan el crimen organizado, la corrupción política o la degradación ambiental son asesinados con una impunidad alarmante, enviando un mensaje escalofriante a sus colegas.

Cada periodista asesinado o encarcelado es una biblioteca de historias que se quema, una voz fiscalizadora que se apaga y una ventana al mundo que se cierra para la sociedad. La impunidad que rodea a la gran mayoría de estos crímenes es un incentivo para que los perpetradores continúen sus ataques, creando un ciclo vicioso de violencia y silencio. La defensa de la libertad de prensa, por lo tanto, no es una lucha corporativa del gremio periodístico, sino una causa fundamental para cualquier sociedad que aspire a ser libre, justa y democrática.

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Nicolás Verdejo
Nicolás Verdejo

Periodista. Director de Under Express.