El Caribe sufre la furia de Melissa: el peor huracán atlántico en casi un siglo

El Atlántico ha parido un monstruo llamado Melissa. Lo que comenzó como un evento climático tropical se ha transformado en el peor huracán de la cuenca atlántica en casi un siglo, dejando una estela de muerte y destrucción a su paso por el Caribe. La tormenta, que a esta hora se acerca a Bermudas ya debilitada, ha causado al menos 30 víctimas fatales en Haití, mientras que partes de Cuba y Jamaica han quedado reducidas a ruinas. Este ciclón, que tocó tierra con una potencia que evoca fantasmas meteorológicos del pasado, ha encendido todas las alarmas sobre el vínculo ineludible entre la actividad humana y la furia desatada de la naturaleza.
La tragedia se concentra en Haití, la nación más vulnerable de la región, que sin haber recibido el impacto directo del ojo del huracán, ha sufrido las consecuencias más letales. Las lluvias torrenciales, persistentes e incesantes, provocaron una inundación repentina en el suroeste del país que se cobró la vida de al menos 30 personas, diez de ellas niños.
Las autoridades locales también reportan 20 desaparecidos. Este balance, actualizado el jueves, subraya una dolorosa realidad: la mayor parte de las muertes, un total de 23, fue causada por el desborde de ríos, una consecuencia indirecta que subraya la fragilidad de la infraestructura haitiana ante los fenómenos hidrometeorológicos exacerbados. La Organización Panamericana de la Salud (OPS) ya había emitido alertas previas, preposicionando kits médicos de emergencia, pero la magnitud de las pérdidas humanas en Haití recalca la urgencia de una respuesta más estructural.
Cuba, por su parte, sintió el brutal azote de Melissa el miércoles. La tormenta impactó justo en un momento de grave crisis económica que ha afectado a la isla durante los últimos cinco años. En Santiago de Cuba, la segunda urbe más grande del país, la fuerza del viento y el agua provocó el derrumbe de viviendas y la voladura de techos, dejando a la ciudad en tinieblas y con cables de alta tensión esparcidos por el suelo.
Afortunadamente, las autoridades cubanas informaron que no hubo víctimas mortales gracias a una masiva operación de evacuación que movilizó a unas 735.000 personas, principalmente en las provincias de Santiago de Cuba, Holguín y Guantánamo. El presidente cubano, Miguel Díaz-Canel, quien visitó Holguín, reconoció los «daños cuantiosos» a la infraestructura.
La sombra del calentamiento global
La intensidad de Melissa no es casual. Diversos análisis científicos convergen en señalar al calentamiento global, impulsado por la actividad humana, como el principal amplificador de esta catástrofe. Un estudio del Imperial College de Londres, por ejemplo, ha concluido que la probabilidad de un fenómeno con la potencia de Melissa fue cuatro veces mayor debido al cambio climático. La tormenta, alimentada por aguas del Caribe anormalmente cálidas, experimentó una intensificación rápida, escalando de tormenta tropical a huracán de Categoría 5 en menos de dos días.
Los meteorólogos de Climate Central han indicado que Melissa pasó sobre aguas que estaban 1.4 °C más cálidas de lo normal, una temperatura que era al menos 500 veces más probable a causa del calentamiento global. Estos datos no solo validan las advertencias históricas de la ciencia, sino que transforman a Melissa en un símbolo ineludible de la nueva era de riesgos amplificados.
Melissa se ha ganado un lugar sombrío en la historia meteorológica al superar en potencia a huracanes tristemente célebres. El martes, cuando azotó Jamaica, lo hizo como una tormenta de categoría 5, la máxima en la escala Saffir-Simpson, con vientos que rozaron los 300 kilómetros por hora (km/h). Solo el huracán del Día del Trabajo de 1935, que devastó los Cayos de Florida, ostentaba una furia comparable. Jamaica ha sido una de las naciones más golpeadas.
El primer ministro, Andrew Holness, no dudó en declarar al país como «zona de desastre». Un responsable de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) en el terreno declaró el miércoles que la devastación en la isla alcanza «niveles nunca vistos», con una destrucción inmensa de infraestructuras, propiedades, carreteras y redes de energía. El Programa Mundial de Alimentos (PMA) de la ONU, que desplegó ayuda anticipada, ha calificado el fenómeno como la «peor tormenta de su historia» para Jamaica.
Solidaridad internacional y desafíos logísticos
Mientras Melissa se aleja del Caribe, dirigiéndose al archipiélago de Bermudas con vientos máximos sostenidos de 165 km/h, se activa la respuesta humanitaria global. El gobierno estadounidense de Donald Trump ha ofrecido asistencia a Cuba, su histórico rival, y ha enviado equipos de rescate y respuesta a Jamaica, Haití, República Dominicana y Bahamas. El secretario de Estado estadounidense, Marco Rubio, utilizó la red social X para señalar que «Estados Unidos está preparado para proporcionar asistencia humanitaria inmediata» al «valiente pueblo cubano». La ayuda también ha llegado desde América Latina: el canciller venezolano, Yván Gil, anunció el envío de 26 toneladas de ayuda humanitaria a Cuba, mientras que el presidente salvadoreño, Nayib Bukele, prometió el envío de tres aviones de asistencia para Jamaica.
Por su parte, el Reino Unido ha asegurado una ayuda de emergencia de aproximadamente 3,3 millones de dólares para la región, además de poner a disposición vuelos para facilitar la salida de sus ciudadanos desde Jamaica. Sin embargo, la magnitud del desastre plantea desafíos logísticos y humanitarios gigantescos.
Organizaciones como Médicos Sin Fronteras (MSF) han movilizado equipos de emergencia, enfocándose en la atención médica, el saneamiento y la distribución de artículos esenciales. En Haití, la situación es doblemente compleja: además de las inundaciones, miles de personas desplazadas internamente en Puerto Príncipe se refugian en condiciones vulnerables, lo que ha puesto en alerta a la Oficina de Coordinación de Asuntos Humanitarios (OCHA) de la ONU.
La comunidad internacional se enfrenta ahora a la ingente tarea de reconstruir y, sobre todo, de fortalecer la resiliencia de estas naciones ante la irrefrenable marcha de la crisis climática, cuyo combustible son las aguas cada vez más cálidas del Atlántico.
 
	
