Tres autos para 22 familias: así se comparten vehículos en un pueblo rural alemán

La imagen mental de la vida rural a menudo viene acompañada de la indispensable necesidad de un vehículo. Largas distancias, servicios de transporte público escasos o inexistentes, y la dependencia para acceder a trabajo, tiendas o servicios básicos. En el pintoresco pueblo bávaro de Amerang, con menos de 4.000 habitantes, esta realidad era la norma, agravada por su ubicación a 25 kilómetros de la ciudad más cercana, Rosenheim, la falta de conexión ferroviaria y una red de autobuses que languidece los fines de semana. Poseer un auto parecía, hasta hace poco, la única opción viable para las familias que elegían asentarse lejos del bullicio urbano.
Esta percepción, profundamente arraigada, comenzó a tambalearse hace casi dos décadas, gracias a la iniciativa de residentes que buscaban una alternativa. Tilo Teply y su familia de seis miembros se mudaron a Amerang desde Múnich en 2006, enfrentándose de lleno a esta dependencia automovilística. Al principio, como muchos, recurrieron a soluciones temporales. «Al principio, pedíamos autos prestados a familiares», relató Teply a la revista alemana de sostenibilidad Utopia, ilustrando la provisionalidad de la situación y la búsqueda constante de movilidad en un entorno poco conectado.
Sin embargo, la dependencia de favores familiares no era sostenible a largo plazo. La familia Teply adquirió su propio auto, una medida que si bien resolvía parte del problema, no mitigaba el deseo de una solución más alineada con un estilo de vida sostenible y que, además, aliviara la carga económica y ambiental de la propiedad individual. Vivir en el campo sin vehículo imponía severas limitaciones; encontrar un camino que combinara la facilidad del día a día con la responsabilidad ambiental se convirtió en una prioridad para Tilo y sus vecinos afines.
Un Problema Rural con Raíces Profundas
El punto de inflexión llegó durante una conferencia local. Allí, una asociación de carsharing de una zona cercana presentó su modelo operativo. Esta exposición actuó como una chispa. Tilo Teply, junto a otras cinco familias que compartían su inquietud, vieron la oportunidad de adaptar ese concepto a las particularidades de su comunidad. Así nació la Comunidad de Carsharing de Amerang (AmAG), una iniciativa que, lo que empezó como una necesidad puntual compartida, ha evolucionado hasta convertirse en un referente de movilidad sostenible impulsada por la propia comunidad.
Hoy, la AmAG no es solo un pequeño grupo de vecinos compartiendo un auto. Es una organización que da servicio a 22 hogares, gestionando una flota de tres vehículos y un remolque. Han demostrado que la vida rural no tiene por qué estar atada a la propiedad individual de un automóvil, ofreciendo una alternativa real y funcional para aquellos que desean reducir su huella ecológica, ahorrar dinero, o simplemente no necesitan o no pueden permitirse tener un vehículo propio a tiempo completo.
Esta transformación en la movilidad local ha tenido un impacto que trasciende el simple hecho de compartir automóviles. Al reducir el número total de vehículos que circulan y necesitan estacionarse, se libera espacio en el centro del pueblo. Zonas que antes estaban congestionadas de autos ahora pueden ser más amigables para peatones y ciclistas, mejorando la calidad de vida y fomentando un entorno más saludable y agradable para todos los residentes, demostrando que menos vehículos pueden significar más espacio vital.
La mecánica de la confianza compartida
El éxito y la fluidez en el funcionamiento de AmAG se basan en un conjunto claro y transparente de reglas diseñadas para garantizar la equidad y la facilidad de uso para todos sus miembros. El acceso al servicio requiere un depósito único de 450 euros, que se reembolsa al abandonar la comunidad, actuando como garantía. A esto se suma una cuota mensual de cinco euros, complementada por tarifas basadas en el uso real de los vehículos, estructuradas para ser justas y reflejar el consumo individual del servicio, incentivando un uso consciente y eficiente.
La reserva de los vehículos se gestiona a través de un sistema online, aunque también se ofrece la opción telefónica, facilitando el acceso a miembros que quizás no estén tan familiarizados con la tecnología digital. Un aspecto fundamental que garantiza la sostenibilidad y fiabilidad del servicio es la colaboración con un taller mecánico local, que se encarga del mantenimiento y las reparaciones de la flota, asegurando que los vehículos estén siempre en óptimas condiciones y listos para su uso.
Quizás uno de los mayores sellos de validación para AmAG sea la participación activa de la propia municipalidad de Amerang. El gobierno local forma parte de la comunidad de carsharing y utiliza los autos para sus propios fines oficiales. Esta colaboración no solo subraya el compromiso de la administración con la sostenibilidad y la movilidad compartida, sino que también fortalece los lazos y la confianza entre la comunidad de residentes y sus representantes locales, creando un modelo cooperativo robusto y ejemplar.
Más allá del automóvil: comunidad y espacio
El impacto de AmAG se extiende más allá de la simple logística de compartir vehículos. El sistema ha demostrado ser un catalizador social, uniendo a personas que, de otro modo, podrían no haber interactuado. Atrae a idealistas que eligen un estilo de vida sin autos por convicciones ambientales, a jóvenes adultos que aún no pueden permitirse la inversión de un vehículo propio, y a residentes mayores que quizás ya no conducen pero desean mantener su independencia y movilidad para visitar amigos, ir al médico o hacer compras.
La dinámica de compartir autos fomenta la interacción. Cuando se planifica un viaje, a menudo otros miembros preguntan si pueden unirse, facilitando el surgimiento natural del vehículo compartido y reduciendo aún más el número de trayectos individuales. Como señala Tilo Teply, esta forma de movilidad exige y a la vez desarrolla habilidades sociales: «Necesitas estar dispuesto a comprometerte y a interactuar. El carsharing definitivamente mejora las habilidades sociales», destacando cómo la necesidad de coordinarse y colaborar fortalece el tejido social.
Esta interacción constante y la dependencia mutua para la movilidad construyen un sentido de comunidad más fuerte y resiliente. Los miembros no son solo usuarios de un servicio; son parte activa de una solución colectiva. La visión para el futuro sigue evolucionando; Teply, por ejemplo, sueña con una marquesina para los autosde AmAG, un pequeño detalle que haría una gran diferencia para los miembros mayores al evitarles raspar el hielo del parabrisas en los fríos inviernos bávaros.
Un fenómeno con eco global
El modelo de Amerang no es un caso aislado, sino un ejemplo exitoso de una tendencia creciente que demuestra la viabilidad del carsharing fuera de los grandes núcleos urbanos. Diversos proyectos en otros países están aplicando principios similares, adaptándolos a sus contextos locales y probando que la movilidad compartida en áreas rurales es una alternativa escalable y efectiva.
En la región de Ardèche, en Francia, los residentes comparten vehículos eléctricos a través de un sistema de reserva centralizado que recuerda al de AmAG, promoviendo una movilidad más limpia en un entorno rural. En los Países Bajos, la iniciativa OnzeAuto impulsa el carsharing eléctrico basado en la vecindad, con sistemas auto-organizados y auto-gestionados por los propios residentes. En lugar de depender de proveedores comerciales, los miembros de OnzeAuto dirigen el sistema, desde las reservas hasta el mantenimiento, un enfoque local que aumenta la aceptación y refuerza los lazos comunitarios de manera significativa.
Canadá también tiene su propio ejemplo de éxito rural con la cooperativa Modo. Su red se extiende por 25 comunidades en la Columbia Británica, probando que los vehículos compartidos funcionan eficazmente fuera de los entornos urbanos densos. Como cooperativa, los miembros son también copropietarios, lo que refuerza tanto la responsabilidad individual hacia el sistema como un profundo sentido de pertenencia a algo más grande. Lo que todos estos modelos, desde la Baviera rural hasta las comunidades canadienses, tienen en común es su fundamento en la conexión humana. No dependen de corporaciones anónimas, sino de la responsabilidad compartida a nivel local. Son microcosmos de cómo la colaboración puede resolver desafíos prácticos y, al mismo tiempo, enriquecer el tejido social de nuestras comunidades.