Trump amenaza a Maduro con un ultimátum y escala la presión petrolera

La Casa Blanca ha decidido sacudir el tablero geopolítico del hemisferio sur con una agresividad que no se veía en décadas. El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, ha escalado su retórica contra el mandatario venezolano Nicolás Maduro a niveles de advertencia personal, enviando un mensaje que resuena con fuerza en las cancillerías de América Latina. «Si se quiere hacer el duro, será la última vez que lo haga», disparó el republicano desde su residencia en Mar-a-Lago, dejando claro que la paciencia estratégica de Washington ha dado paso a una fase de hostigamiento directo y asfixia logística.

Esta nueva ofensiva no es meramente verbal. La administración Trump oficializó recientemente un «bloqueo total y completo» contra embarcaciones petroleras vinculadas al Gobierno de Caracas. La estrategia ha mutado visiblemente: de la narrativa de una guerra contra el narcotráfico, Washington ha pasado a una cacería de activos energéticos en aguas internacionales. Con tres cargueros ya interceptados y la incautación del buque «Skipper», cargado con casi dos millones de barriles de crudo, Estados Unidos ha puesto sus cartas sobre la mesa, evidenciando que el control de los recursos petroleros venezolanos es hoy el eje central de su política exterior para la región.

Expertos en seguridad hemisférica coinciden en que estamos ante un punto de no retorno. «Creo que sería inteligente por su parte irse», insistió Trump, subrayando que su administración ya no busca negociaciones de transición, sino el colapso inmediato del chavismo. Mientras tanto, en los astilleros estadounidenses, el anuncio de la construcción de una nueva flota de buques de guerra, que llevarán el nombre del actual presidente, refuerza la imagen de un Estados Unidos que busca proyectar su poder naval como principal herramienta de coacción diplomática en el Caribe.

El polvorín diplomático con Bogotá

El endurecimiento de la postura de Trump no solo apunta a Caracas; el mandatario también ha dirigido sus dardos hacia el Palacio de Nariño. La relación con el presidente de Colombia, Gustavo Petro, ha entrado en una espiral de descalificaciones que pone en jaque la histórica alianza entre ambos países. Trump calificó a Petro como un «buscapleitos» y un «tipo muy malo», acusándolo directamente de permitir el funcionamiento de laboratorios de cocaína cuya ubicación, asegura, Washington ya tiene identificada. «Más le vale andarse con cuidado», advirtió el líder republicano, elevando la tensión a niveles de amenaza sobre la soberanía colombiana.

Esta arremetida responde a las recientes declaraciones de Petro, quien sugirió que si Trump exige la «devolución» del petróleo venezolano, debería estar dispuesto a devolver Texas y California a México. El intercambio refleja una fractura ideológica profunda. Mientras Petro propone una salida dialogada y cuestiona la legalidad de los bombardeos estadounidenses a lanchas en aguas internacionales, Trump utiliza la «descertificación» de Colombia en la lucha antinarcóticos y la revocación de visas como herramientas de castigo político.

La analista y experta en relaciones internacionales, Arlene Tickner, ha señalado en diversas instancias que esta degradación del vínculo bilateral responde a una visión de «seguridad nacional» que ignora las complejidades internas de Colombia. «La relación se ha transformado en un escenario de confrontación personalista donde se utiliza el tema de las drogas como un mazo para golpear la autonomía de Bogotá», explica la académica. Esta visión coincide con la sensación generalizada de que la reparación de este lazo será una labor que quedará pendiente para las administraciones venideras, dada la actual hostilidad.

Marco Rubio y la doctrina de la cooperación

En sintonía con el discurso de la Casa Blanca, el secretario de Estado, Marco Rubio, ha reforzado la idea de que la cercanía con Washington no depende de la ideología, sino de la obediencia en materia de seguridad y comercio. Rubio centró sus críticas en la postura de Petro, señalando que su actitud «anti-estadounidense» ha afectado gravemente los intereses compartidos. Según el jefe de la diplomacia norteamericana, la prioridad es tener interlocutores que cooperen activamente, especialmente ante la posibilidad de que nuevos liderazgos de izquierda emerjan en los comicios de 2026.

La respuesta de Petro no se ha hecho esperar. Tras las sugerencias de Trump sobre una posible intervención militar en territorio colombiano bajo el pretexto del combate al tráfico de estupefacientes, el mandatario chileno-colombiano respondió con una metáfora que ya recorre el continente: «No amenace nuestra soberanía, porque despertará al jaguar». Este duelo de retóricas esconde una realidad económica cruda: el anuncio de posibles aranceles a productos colombianos y la suspensión de vuelos de deportados marcan el punto más bajo de una relación que hasta hace poco se consideraba «irrompible».

Por su parte, el analista político Juan Gabriel Tokatlian advierte que esta política de presión máxima podría tener efectos contraproducentes. «La estrategia de Trump de vincular el control de recursos con la lucha antidrogas está generando un aislamiento de los liderazgos más progresistas de la región, lo que empuja a estos países a buscar alianzas fuera de la órbita de Washington, posiblemente con China o Rusia», sostiene Tokatlian. Lo que queda claro tras el anuncio de la captura de los 1,9 millones de barriles del buque Skipper es que, para Trump, el tablero latinoamericano se juega hoy con las reglas de la fuerza y el petróleo.

Pablo Ortiz
Pablo Ortiz

Periodista cultural. Cafeinómano y a veces esclavo del FOMO.