Vaticano rechaza por el momento la ordenación de mujeres diaconisas

El pulso reformista en la Iglesia Católica ha encontrado, por segunda vez en los últimos años, un muro de contención en el corazón del Vaticano. Una comisión de alto nivel, convocada originalmente por el difunto Papa Francisco e instruida para estudiar la viabilidad del diaconado femenino, ha determinado que la investigación histórica y teológica disponible actualmente «excluye la posibilidad» de admitir a mujeres en esta ordenación. La decisión, que se reveló este jueves mediante un comunicado oficial de la Oficina de Prensa de la Santa Sede, marca un punto de inflexión, aunque provisional, para los movimientos que abogan por una mayor equidad de género en las estructuras eclesiásticas.
El informe de esta segunda comisión, que operó bajo un estricto hermetismo, fue contundente: la votación arrojó un resultado de 7 a 1 en contra de la ordenación femenina en este momento. Si bien el consenso apuntó a que la evaluación del grupo fue rigurosa, se subrayó que esta misma solidez «no permite, a día de hoy, formular un juicio definitivo». La recomendación de la comisión fue, precisamente, continuar con un estudio más profundo y detallado, sugiriendo que la puerta no está cerrada de manera irrevocable, sino que permanece simplemente atrancada por el peso de la tradición y la interpretación canónica.
Esta comisión ha sido la sucesora de un primer grupo de estudio establecido por el carismático Papa Francisco, cuyo sucesor, el Papa León XIV, recibió el informe final. El diaconado es un ministerio ordenado que permite a quienes lo ejercen, ya sean permanentes o transitorios, asistir en la liturgia, proclamar el Evangelio, presidir bodas y bautismos, y dedicarse a la caridad, aunque no pueden, a diferencia de los sacerdotes, celebrar la Eucaristía. La revelación pública de estos resultados, tras reuniones mantenidas en secreto, constituye un acontecimiento inusual y altamente simbólico bajo el nuevo pontificado.
Tensión en la sede apostólica
La tensión que rodea este tema no es nueva. Se remonta a la prohibición categórica impuesta por el Papa Juan Pablo II en 1994, que cerró la puerta al sacerdocio femenino, pero dejó abierta una rendija respecto al diaconado. Los defensores del diaconado femenino se aferran a la evidencia histórica de que las mujeres sirvieron como diaconisas en los albores del cristianismo. El ejemplo más citado es el de Febe, mencionada como diakonos (servidora o diácono) en la Epístola a los Romanos del apóstol San Pablo, un testimonio que para muchos reformadores constituye la base escritural para la restauración de esta función.
Sin embargo, el argumento teológico es complejo y fue clave en el voto de la comisión. Como bien ha señalado la teóloga e historiadora Phyllis Zagano, experta en el tema y miembro de la primera comisión de estudio de Francisco, la clave de bóveda del debate reside en si el diaconado femenino antiguo era sacramental o meramente funcional. Si no se demuestra que la ordenación de las diaconisas históricas fuera idéntica en naturaleza a la de los diáconos varones de hoy, la línea sucesoria de la ordenación sacramental, requisito para el clero, se rompe. La conclusión de la comisión vaticana, en su estrecha votación, indica que, por ahora, esta continuidad sacramental no ha sido probada de forma satisfactoria.
La postura de cautela contrasta vivamente con las demandas que llegan desde las periferias de la Iglesia global. Fuentes cercanas a la Subsecretaría del Sínodo de los Obispos, incluyendo la influyente Hermana Nathalie Becquart, han argumentado que la ausencia de mujeres en un ministerio ordenado representa un déficit en la plena manifestación de la Iglesia y una barrera pastoral en zonas con escasez de clero, como la Amazonía o ciertas regiones de Europa. Para estos sectores, no se trata solo de un derecho histórico, sino de una necesidad imperante para la misión evangelizadora actual.
El peso de la historia y la cautela teológica
El movimiento de activismo por la igualdad en la Iglesia no esperó el informe para manifestarse. El pasado 7 de mayo de 2025, durante el cónclave que culminó con la elección del 267.º Papa, León XIV, activistas de la Conferencia de Ordenación de Mujeres (Women’s Ordination Conference) lanzaron humo rosa en Roma, simbolizando la urgencia de plena igualdad para las mujeres. Este gesto, aunque mediático, refleja la profunda decepción que el resultado de la comisión provoca entre los fieles que esperan un cambio estructural y no solo simbólico.
El texto de la comisión alienta a un «estudio más profundo», lo que para los observadores en el portal Under Express podría interpretarse de dos maneras: una dilación estratégica para evitar una fractura doctrinal inmediata, o un genuino reconocimiento de que la evidencia no es concluyente, abriendo un camino para futuras reconsideraciones. La Iglesia se encuentra en un proceso sinodal que ha enfatizado la necesidad de escuchar todas las voces. Sin embargo, la decisión sobre el diaconado es de naturaleza doctrinal y se maneja bajo criterios distintos a los del diálogo pastoral.
Una puerta entreabierta o el fin de un sueño
El Papa León XIV, al recibir este informe, enfrenta ahora la difícil tarea de gestionar las expectativas. Los cardenales más conservadores verán en esta votación una victoria para la Tradición, mientras que los obispos y laicos progresistas de Chile y el mundo lamentarán el rechazo explícito a la ordenación, percibiendo el llamado a un «estudio más profundo» como una maniobra para aplazar indefinidamente la decisión. La Iglesia Católica, en su búsqueda de equilibrio entre la tradición y la necesidad de adaptarse a los tiempos, ha optado por la cautela extrema, manteniendo el status quo de un clero exclusivamente masculino y forzando a los movimientos reformistas a reagrupar sus argumentos teológicos e históricos para el próximo asalto a la Curia.
La pelota queda, una vez más, en el tejado de la investigación y la voluntad política del nuevo pontificado. Mientras el Vaticano insiste en la necesidad de no «formular un juicio definitivo», millones de mujeres católicas en todo el planeta continúan esperando el día en que su servicio y vocación sean reconocidos plenamente en todos los niveles del ministerio ordenado, más allá de la base histórica de Febe. La complejidad teológica y la profunda división en la cúpula eclesiástica aseguran que este debate está lejos de haber concluido.


