Gobierno de Chile lanza paquete de ayudas económicas para enfrentar el alza del costo de la vida

En un movimiento que combina la urgencia social con un calculado cálculo político, el gobierno de Chile ha desvelado un nuevo y robusto paquete de ayudas económicas destinado a las familias más vulnerables del país. La medida, anunciada desde el Palacio de La Moneda, busca ser un cortafuegos contra la incesante alza del costo de la vida, un fenómeno que ha erosionado el poder adquisitivo de los chilenos y se ha convertido en el principal foco de descontento ciudadano. Sin embargo, detrás de la necesaria red de seguridad social, se esconde una encrucijada crítica para la administración del presidente Gabriel Boric: la de inyectar recursos para aliviar el presente sin hipotecar el futuro con una espiral inflacionaria aún mayor.

El plan, detallado por el Ministro de Hacienda en una conferencia de prensa transmitida por los canales oficiales del gobierno, se articula en torno a tres ejes principales. El primero es la creación de una transferencia directa, un «Bono de Apoyo Familiar» de pago único, focalizado en el 60% de los hogares de menores ingresos según el Registro Social de Hogares. El segundo pilar consiste en la extensión y ampliación de los subsidios a los servicios básicos, principalmente a las cuentas de la luz y el gas durante los meses de invierno. Finalmente, el paquete incluye un programa de créditos blandos y alivio tributario para las pequeñas y medianas empresas (PYMES), reconociendo su rol fundamental como generadoras de empleo y su particular vulnerabilidad ante la desaceleración económica.

Este despliegue de recursos no es una respuesta aislada, sino la crónica de una batalla que se libra en dos frentes. Por un lado, el frente económico, donde las cifras son implacables. El último Informe de Política Monetaria del Banco Central de Chile advierte que, si bien la inflación ha comenzado a ceder lentamente desde sus picos, la presión sobre los precios de los alimentos y la energía sigue siendo extraordinariamente alta. Por otro lado, el frente político, donde el gobierno necesita con urgencia entregar resultados concretos a una ciudadanía que, según diversas encuestas, muestra signos de fatiga y escepticismo.

El delicado equilibrio entre el alivio social y la disciplina fiscal

La gran pregunta que sobrevuela Santiago es si estas medidas son un remedio efectivo o un simple paliativo con efectos secundarios potencialmente peligrosos. Economistas y analistas de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) han señalado repetidamente que el principal desafío para las economías latinoamericanas es retirar los estímulos de la era pandémica sin generar una crisis social. El gobierno chileno parece estar caminando sobre esa delgada línea. El Ministro de Hacienda ha insistido en que el paquete está financiado de manera responsable dentro del marco presupuestario y no implicará un aumento del endeudamiento público, utilizando para ello reasignaciones de partidas y los ingresos extraordinarios del litio.

Sin embargo, las voces críticas no se han hecho esperar. Desde la oposición política, se argumenta que el plan es «insuficiente y tardío», una medida que apenas compensa la pérdida de poder adquisitivo acumulada en los últimos dos años. Otros expertos, desde una perspectiva más ortodoxa, advierten que cualquier inyección de liquidez, por más focalizada que sea, conlleva el riesgo de presionar la demanda y, por ende, dificultar la tarea del Banco Central de anclar las expectativas inflacionarias. Es el dilema clásico: el alivio que se ofrece hoy podría convertirse en el combustible de la inflación de mañana.

Esta tensión define el momento actual de la política chilena. La administración Boric llegó al poder con una ambiciosa agenda de reformas estructurales para construir un estado de bienestar, pero se ha visto obligada por la coyuntura global y local a priorizar la gestión de crisis. Este paquete de ayudas es, en esencia, un acto de pragmatismo. Representa el reconocimiento de que las grandes transformaciones son imposibles si no se atienden las necesidades más inmediatas de una población que lucha por llegar a fin de mes.

Un salvavidas en medio de la tormenta política

Más allá de su impacto económico, el anuncio tiene una profunda carga simbólica. Es un intento del gobierno por retomar la iniciativa, por conectar con las preocupaciones cotidianas de la gente y demostrar capacidad de gestión en un escenario adverso. Tras un período marcado por reveses políticos, incluyendo el contundente rechazo a la propuesta de nueva Constitución, la administración necesita victorias, por pequeñas que sean, para reconstruir la confianza y mantener cohesionada a su base de apoyo. Este paquete de ayudas es una de sus cartas más importantes en ese complejo ajedrez.

El éxito o fracaso de esta iniciativa no se medirá solo en los indicadores macroeconómicos de los próximos meses. Se medirá en la capacidad de las familias para pagar sus cuentas, en la supervivencia de los pequeños comercios de barrio y en la percepción ciudadana de que el gobierno, a pesar de las dificultades, está trabajando para protegerlos. El desafío es mayúsculo y el margen de error, mínimo.

Chile, a menudo visto como un laboratorio de políticas públicas en la región, se encuentra nuevamente en una encrucijada. La decisión de lanzar este paquete de ayudas no es solo una medida económica; es una apuesta política de alto riesgo. Una apuesta a que es posible mitigar el dolor de la crisis sin descarrilar la estabilidad por la que tanto ha trabajado el país. El resultado determinará no solo el futuro económico a corto plazo, sino también la viabilidad política del proyecto que Gabriel Boric prometió a los chilenos.

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Nicolás Verdejo
Nicolás Verdejo

Periodista. Director de Under Express.